
Hoy es día 1 de Noviembre, del año 2008. Estoy en París, ahora mi ciudad. Ilusiones, ganas de empezar algo nuevo, todo eso se confunde con un sentimiento intenso y profundo que no acaba de terminar, que no se va del todo.
Algo tan simple como una comedia romántica, me ha traído de nuevo mis viejos fantasmas, mis viejos miedos, me ha traído de nuevo a esa persona que sé que ya no volverá. No puedo dejar que esto ocurra, no ahora, no aquí, no lejos de todo y de todos... no cuando tengo ante mí la gran oportunidad profesional que siempre he esperado,... pero nunca he podido dominar a mi corazón, y esta vez no es distinto.
Sola, como se sentía la protagonista, con millones de recuerdos a cada instante, y sintiéndome mal por no alegrarme del todo cuando a mis amigos les va bien en su vida sentimental, preguntándome constantemente, “¿por qué a mí?, ¿qué hice mal?”. Es cierto que el tiempo ha calmado todo, lo ha serenado; pero mentiría si dijera que ya no está ahí, que ya no está aquí, que él se ha ido del todo...
Este relato va por él, porque con él lo viví, pero a la vez va por otra persona, por alguien con quien me gustaría vivirlo, y sí, TE QUIERO, y tú ya lo sabes.
"Aquella primera vez...
Eramos jóvenes, pero no tanto como muchas otras personas, éramos jóvenes pero no niños, éramos dos personas adultas que se deseaban tan intensamente que no podían dejar de pensar en los labios del otro, en las manos del otro, en la piel del otro.
No hacía un mes que nos conocíamos y la espera ya se hacía eterna. A mí me frenaban mis creencias, por aquella época sí que eran firmes, y a tí te retenía el respeto por mi decisión.
Aquella tarde todo encajó como un puzzle, sí, como siempre dijimos, encajó como un puzzle sideral (ahora al leerlo ocho años después, sigue sin sonarme ridículo).
Habíamos quedado como siempre, cerca de Atocha, tú me esperabas a la salida de la Renfe, era una tarde fría de noviembre en Madrid, fría, gris, lluviosa... Y tú estabas allí, esperándome con esa mirada triste y medio ausente; allí conmigo, pero a la vez en el hospital donde tu abuela pasaba sus últimas horas.
Como siempre bajé del tren la primera, crucé el andén avanzando rápidamente entre la gente y subí los escalones muy de prisa, menos los últimos, porque no quería que me vieras apresurada, me daba vergüenza que vieras las enormes ganas que tenía de verte, de besarte, de acariciarte, de abrazarte...
Te ví desde la salida, te distinguí como hice desde el primer día, tu manera de moverte, tu forma de sentarte, tu modo de estar... ése algo que era tan tuyo y que hice tan mío desde la primera vez que nos vimos.
Supe que estabas triste desde lejos, lo noté en tus hombros caídos, en tu mirada perdida y no fija en la salida del metro como siempre... me besaste de forma medio distraída, paseamos un rato, y cuando te pregunté por tu abuela rompiste a llorar... pocas veces te ví llorar en 6 años, muy pocas... y cada una de tus lágrimas siempre me dolió más que todas las que he derramado yo.
Sólo podía darte mi mano, dejar que la apretaras fuerte, tanto que me hiciste una marca con aquel anillo que llevaba y que tanto te gustaba. Poco a poco fuimos andando, sin pensar, y llegamos a la calle donde estaba tu casa. Me dijiste que no había nadie, que estaban en el hospital, y que no volverían hasta la noche. Me invitaste a subir y en ese momento los dos supimos que era nuestro momento, nuestro día.
Subimos y nada más cerrar la puerta de tu casa, me besaste, en el pasillo, junto a aquel espejo enorme, al lado del teléfono por el que me llamabas cada noche. Tus manos acariciaban mi pelo y tus labios, cálidos, suaves, húmedos, recorrían los míos, que temblaban y sólo podían decir tu nombre.
Despacio al principio, muy despacio, como sólo tú has sabido hacer, de esa forma que me hacía desearte más que a nada en el mundo; así, parando el tiempo y hundiéndome en tu mirada, en tus ojos tan oscuros, tan intensos, haciéndome sentir mujer, tener plena consciencia de mi cuerpo, de mi deseo, del tuyo.
Tus manos descendieron por mi espalda y llegaron a mi cintura, allí se detuvieron, sin atreverse a seguir más allá, esperando a que yo te hiciera ver que no sólo podías seguir, sino que me moría porque lo hicieras.
Me apoyaste contra la pared, despacio, y te inclinaste sobre mí, mirándome, sin dejar de mirarme en ningún momento, y sin permitir que tus manos dejaran de recorrer mi piel, nunca dejé de sentirlas.
Te besé y en mi mirada supiste leer mi deseo, como yo pude leer el tuyo en tu sonrisa. “Vamos a mi habitación, mi niña”... y me tomaste de la mano, colocándote detrás de mí y apretando tu cuerpo contra mi espalda, haciéndome sentir segura, protegida y a la vez al borde del abismo, del precipicio de tu cuerpo, de tus manos, tus labios, tu piel...
Ya en tu habitación, pequeña, mucho, me tumbaste sobre tu cama, con aquella colcha roja que ví entonces por primera vez, y que tantas otras veces ví después. Te tumbaste sobre mí, sin dejar de acariciarme, y cubriendo de besos cada milímetro de mi cara. Nunca me habían besado los párpados, la frente, las mejillas, la barbilla... Mi respiración se aceleraba, tu olor llenaba la habitación, me llenaba...
Mis manos se perdían entre tu pelo, tan negro. Te quité las gafas y las dejé sobre la mesita de noche, mientras tú no dejabas de acariciar mi espalda, de recorrerla con tus manos.
Respirabas cada vez más pesadamente, y yo estaba perdiendo la noción del espacio, de mi propio cuerpo, éramos los dos, o éramos uno, no había un yo y un tú, sólo un nosotros, sólo esa cama, sólo tus labios por mi cuello...
Me acariciaste el cuello, los hombros... bajaste un poco más y encontraste mis pechos, agitados por el deseo, por tenerte tan cerca como nunca antes, por notar tu excitación. Me acariciaste lentamente, y después más rápido, mirándome a los ojos y susurrando palabras en mis oídos.
Después todo fue muy rápido, nada maravilloso, nada increíble como cuentan en las películas o los libros. No fue fácil, no fue agradable, ninguno de los dos sabíamos cómo, ni cuándo, ni cuánto; pero fue perfecto, fue como tenía que ser, porque éramos tú y yo, nosotros...
Así recuerdo aquella tarde del 5 de Noviembre, Madrid frío, gris, lluvioso, pero tu habitación cálida, la luz encendida, tu cuerpo sobre el mío, descansando, pero sin dejar de besarme... siempre tus labios, siempre tú...
PS: TE QUIERO."
(Djed)
1 comentario:
ESPECTACULAR...Imágenes tan sentidas que se encarnan en el papel no deben perderse nunca. Y aqui permanencen, como permanecen en tu cerebro olores, sabores y sensaciones.
Gracias por compartirlo, y por hacer que me sienta un poco en el texto. Yo también te quiero, mi dama de los cristales, mi Diandra. Siempre.
Publicar un comentario