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sábado, 10 de enero de 2009

EL FIN DE LA CORAZA

EL FIN DE LA CORAZA...

(primera parte)

El principio de esta historia es la narración de una vida llena de miedos, de una existencia con temor a sí misma, de alguien que sentía pánico ante la posibilidad de volver a vivir ya que esto implicaría un sufrimiento seguro...

A medida que avanza el relato, se puede observar la evolución de su protagonista, el profundo cambio interior que experimenta, el paso de la oscuridad y el miedo a la ilusión, a las ganas de vivir y quizá lo más importante, a la confianza en alguien y en sí misma.

El final de la narración cuenta el principio de una nueva etapa, el comienzo de una vida pasada la treintena, pero con el espíritu de la primera vez, con los sentimientos de una joven de quince años y con la experiencia de alguien que, ahora sí, sabe lo que quiere y lo que tiene...

Esta es una historia de, por y para tres de los hombres más importantes de una vida:

El primero de ellos por estar desde siempre ahí y aún así por haberse ido demasiado pronto; por haber legado un conjunto de valores, de sentimientos y un concepto de familia que será siempre el motor principal de toda una vida aunque él ya no esté aquí o, mejor dicho, aunque ahora él esté aquí de otra forma. Alguien que sabiendo que no le quedaba demasiado tiempo, pudo decir serena y rotundamente que había tenido una vida plena y que no podía pedir más que lo que le había sido concedido con su mujer, hijos y nietos...

El segundo fue alguien que apareció en un momento tan inesperado como el lugar. Una coincidencia egipcia tatuada, un verso certero, un relato inacabado... Alguien que, desde su punto de vista, ofreció la perspectiva necesaria para abandonar los lamentos, la autocompasión y lanzarse de nuevo a la gran aventura de la vida, con todo lo que ella conlleva: alegría, dolor, ilusión, esperanza, soledad, tristeza, imaginación... Ese hombre que creyó ver en ella a Diandra, a su dama de los cristales, que rió con ella, que compartió sus besos fugaz pero intensamente, y que acabó convirtiéndose en amigo, en confidente, en alma gemela, en verso de su mismo poema a pesar de tener temporalmente su lira enterrada... Esa persona que fue su mar en calma, que es un gran amigo y compañero, y que será, sin duda y a pesar de los avatares a los que les someta su común amigo Destino, un capítulo que seguirá siendo escrito durante mucho tiempo.

Y el tercero, se convirtió en alguien único, alguien con quien no se borró el pasado sino que se aprendió a que no hiriese más. Esa persona con quien volvieron las ilusiones, las confidencias a media luz, los mil y un momentos y lugares vividos, y por qué no, tal vez los proyectos futuros... Ese hombre paciente, con un motor imparable en su vida, una fuerza de voluntad férrea y un corazón enorme capaz de guiarla, ese niño en un cuerpo de hombre... Alguien capaz de perdonar incluso lo que le provocó el dolor más grande, con valores claros, ideas firmes. Sensible hasta el extremo al tiempo que fuerte, aportando seguridad y locura en su justa medida siempre. Esa persona capaz de cruzarse Europa por una lágrima, de secuestrar peluches para obtener una sonrisa o de llamar de madrugada para acompañar una dura noche de hospital aún estando a más de mil kilómetros. Ese compañero de viaje, tú...

Todo había cambiado de nuevo, se encontraba ante una nueva ciudad, un nuevo trabajo, nuevas personas a su alrededor, nuevos retos, nuevos olores en las calles, nuevos colores en el cielo... Pero ella seguía siendo la misma, se sentía como esa chiquilla asustada ante todo y ante todos, que continuaba huyendo de su ciudad, de su gente, de sus recuerdos, y sobre todo de sí misma.

Esta vez era consciente de que la huída era absurda por imposible, por eterna, por vacía... Tal vez pudiera dejar atrás los lugares que fueron tan queridos y ahora eran tan dolorosos, quizá consiguiera poner distancia con los olores, colores y sabores de aquel barrio multirracial, único y tan querido; con esfuerzo podría no volver a mirar aquellas fotos de su felicidad perdida, a leer aquellas líneas que narraban tan dolorosa y fielmente los últimos años de su vida... Pero no podía dejar atrás su corazón, los recuerdos grabados en su mente, tantas y tantas experiencias vividas, al principio felices, compartidas, siempre con una sonrisa; y más tarde, duras, marcadas por las lágrimas y las madrugadas en soledad...

Supo en ese instante que nunca dejaría de recordar ciertas cosas, era la segunda vez que cambiaba de vida en menos de un año, la segunda vez que dejaba atrás una ciudad, un trabajo, unos amigos; pero ni así conseguía la serenidad que buscaba, ni de ese modo lograba dormir toda una noche seguida sin despertar sobresaltada por las pesadillas, por los recuerdos.... No era posible dejarse atrás a sí misma, tal y como era entonces, forjada por las experiencias vividas, por las personas que había conocido, por él que la hizo tan feliz para después herirla ten intensamente como nadie había hecho antes.

Esta vez, sin embargo, había algo diferente, algo nuevo, una sensación más de pérdida, de soledad, de ausencia que se unía a las anteriores. Esta vez era consciente de haber perdido a alguien más por el camino, de que le faltaba un pilar hasta entonces tan importante en su vida, que no había notado su presencia por familiar, por cotidiana, por cercana.

Un buen amigo le dijo una vez que “cuando una puerta se cierra siempre se abre una ventana”, al fin ella comprendió que si bien es cierto que las ventanas son menos accesibles, más difíciles de alcanzar y normalmente más estrechas; son siempre más transparente, menos rígidas. Entonces supo que abrir la más pequeña de ellas es mucho más enriquecedor que traspasar la puerta más amplia.

El verano había sido muy duro, no pudo seguir consintiendo más humillaciones, más faltas de respeto, más desprecios hacia su trabajo y hacia ella misma y finalmente decidió dejar su anterior trabajo y cerrar esa puerta.

Por primera vez en su vida, fue ella quien decidió el siguiente paso, sabiendo que no sería sencillo, que probablemente no era la opción más políticamente correcta, y sin embargo, convencida plenamente de que era la que debía tomar en ese momento.

Tras esa decisión recuperó gran parte de su autoestima a nivel profesional, y decidió emprender un nuevo camino, duro y difícil, lleno de sacrificios y de ausencias, pero que finalmente la llevaría a alcanzar un objetivo por el que llevo luchando catorce años ya y que había dejado en pausa unos años atrás al poner como prioridad absoluta su vida personal sobre la profesional por alguien que, entonces sí, merecía la pena.

Lo que no podía saber es que había otra puerta cerrándose al mismo tiempo, mucho más importante y para la que era necesario que estuviera junto a los suyos. A los pocos días de renunciar a su último trabajo, recibió una llamada de España, alguien a quien adoraba estaba viviendo sus últimos momentos.

Su decisión de marcharse de nuevo a casa no podía haber sido más acertada, y gracias a cerrar desde fuera su anterior etapa, pudo pasar con él los últimos meses de su vida. Esa fue la primera ventana que su abuelo le ayudó a abrir, aunque en ese momento no fuera consciente de ello.

Tras un tiempo durísimo de hospital, de noches en vela, de dolor, de ver sufrir y deteriorarse a alguien a quien amas tan profundamente, de enfrentarse con la muerte cara a cara para finalmente aceptar que ésa es una batalla siempre perdida, todo terminó un mes después de su vuelta.

En ese momento sintió una vez más que ya no tenía nada por delante, su vida personal quebrada de nuevo por una ausencia y su vida profesional detenida y sin ninguna expectativa a corto plazo. No había puertas, ninguna ventana, simplemente un continuo pasillo gris, de paredes frías y monótonas.

Entonces comenzó de nuevo a escribir, como siempre que atravesaba una etapa dolorosa en su vida, a plasmar en versos, en párrafos, los sentimientos tan difíciles, tan duros, que le era imposible expresar con palabras, que se atragantaban en su garganta antes de salir de sus labios.

“¿Has tenido alguna vez la sensación de caer y caer?

Como cuando estás dormido y de pronto te despiertas sobresaltado sintiendo que caes y caes desde una altura infinita y nunca llegas abajo...

Eso que sienten los bebés cuando se agarran con toda su fuerza a la chaqueta de su madre con sus pequeñas manitas...

Es como cuando tienes vértigo y consigues subir a ese sitio tan alto, y una vez allí el suelo se mueve bajo tus pies y sientes que desaparece aunque en realidad no te has movido de donde estabas...

Es esa sensación de no tener dónde agarrarte cuando te comunican que has perdido a alguien importante y todo tu mundo se tambalea y tú caes y caes hacia un agujero infinito...”

No dejes que tu pasado te dicte como eres, pero deja que forme parte de cómo vas a ser. De pronto un día descubres que tal vez la vida no consista en buscar sino en dejarse encontrar.

Dejarse encontrar implica aceptar la vida, aceptar sus reglas... pero estar preparado para vivir, estar predispuesto a vivir... no estar inquieto porque no llega lo que deseas... sólo saber que cuando llegue lo sabrás...

Todos hemos tenido decepciones, todos hemos perdido a gente que creíamos importante de verdad, incluso a gente q realmente era importante...

Eso provoca dolor, recordar, pensar, duele; pero pensar no es malo, no es malo analizar las cosas, el por qué ocurren, tratar de verlo desde el punto de aprender de ello. No hay que dejar nada apartado en el fondo de uno mismo, tratando de ocultarlo, porque siempre acaba saliendo a la superficie y buscando su sitio... no creo q se deba arrinconar ningún sentimiento...”

Un mes después de aquellos momentos, encontró un destello, algo que no pudo explicar, hay quien habla de Dios, otros lo hacen de energías, de almas que vuelven a ayudar a sus seres queridos... Ella prefiere no analizar, hace tiempo que aprendió a no etiquetar las cosas, a no ponerles nombres que las encasillen, las limiten o las inmovilicen.

Sólo supo que un mes después de perderle, encontró un nuevo camino, con bifurcaciones, con diferentes opciones ante sí y la posibilidad de ser ella quien eligiera qué dirección tomar en su vida.

Cuando supo sin dudar hacia dónde avanzar, cuando por primera vez en mucho tiempo su corazón y su cabeza indicaron la misma dirección, al levantar la vista con los ojos húmedos por el recuerdo de aquel que durante tantos años había escrito sus sueños con cuentos para niños, -de ballenas que vuelan y encuentran en las nubes a niñas que con sus faldas se han impulsado hasta ellas desde sus columpios- y mas tarde con historias vividas, -algunas de un pequeño pueblo andaluz, otras de familias rotas por una guerra entre hermanos, a veces de nacimientos y muertes, otras de esfuerzos y recompensas, pero de familia siempre;- allí estaba, una pequeña ventana, a gran altura, estrecha y algo empañada, pero su ventana.

Al conseguir alcanzarla, una mano le ayudó a abrirla, y una vez abierta, allí detrás no le esperaba algo jamás visto, nada espectacular, ni si quiera algo que para otros pudiera ser interesante...

Sin embargo para ella fue la confirmación de que éste es su camino, de que ésta es su ventana, de que contamos con el apoyo de nuestros seres queridos, estén dónde estén... porque allí, tras esa pequeña ventana, estaba ella misma, esperándose para comenzar a vivir...

Durante este tiempo de dolor y de noches en vela, ella conoció a alguien realmente especial, un espíritu inquieto, una sensibilidad única, alguien con capacidad para plasmar con su pluma sentimientos tan afines a los suyos, que se sintió con el alma desnuda frente a él, y no quiso, no necesitó vestirla, ni ocultarle nada. Él, sin saberlo, empezó a resquebrajar su coraza, al compartir con él sus recuerdos ella comenzó a aceptarlos, a sonreir al ver el mar en calma de su mirada.

Con él compartió momentos importantes, estaba a su lado cuando realizó la entrevista teléfonica en inglés para su nuevo trabajo en Francia, juntos recorrieron el centro de su ciudad y no fue hasta que llegó a casa esa noche cuando ella comprobó que había paseado por esas calles sin miedo, sin buscar con la mirada cada segundo lo que no quería ver.

Él hizo que ella empezara a brillar de nuevo, como siempre le dijo, él le escribió las líneas más hermosas que ella recuerda, él consiguió que comenzara a dejar atrás algunos de sus miedos, que comenzara a tener nuevas ilusiones, que se esforzara para sacar lo mejor de ella misma en los relatos y poemas que compartieron. Ambos sabían que su historia sería breve, mas nunca dudaron que se tendrían siempre, tras una pantalla, tras unos versos, al otro lado del teléfono... Sin embargo, la despedida no fue menos dura por esperada, no fue menos dolorosa por anunciada desde el primer saludo.

A la vez, con la nueva oferta de trabajo, para irse lejos una vez más, más lejos esta vez, llegó el momento de desalojar definitivamente la que había su casa durante el último año, de recoger sus cosas y de decirle “hasta luego” a alguien con quien compartió tantos y tantos momentos en aquella casa y en aquella ciudad...

Entonces empezó aquella sensación de vacío, aquel sentimiento de pérdida irremediable, de haber perdido una oportunidad tal vez única, de sentir la importancia que esa persona tenía en su vida y de aceptar que hasta entonces nunca lo había sabido realmente.

Cuando salió de aquella casa con algunas maletas, pero con la posibilidad de volver si cuajaba un nuevo trabajo en aquella ciudad, no hubo que plantearse nada más, iba a volver, para quedarse o, al menos, para recoger el resto de sus cosas. En el fondo de su alma sabía que no quería volver a esa ciudad, que no soportaría coincidir con la mayor parte de las personas que se quedaban allí, que extrañaría infinitamente a algunas de ellas, a su gallega preferida, a ese niño vasco tan tierno a sus treinta años, a su compañero de piso y amigo...

Una noche de esas duras de hospital, a las cuatro de la mañana, con un cigarro en la terraza del hospital, con los pinos como única compañía además del dolor, se paró a pensar y comprendió lo que su corazón había sabido siempre pero ella se encargó de sepultar bajo su coraza, de aislar tras su armadura.

Él siempre estuvo allí, siempre su mirada, siempre sus palabras de apoyo, de consuelo, de emoción compartida... Cuando ella se sintió mal, él fue el hombro que escuchó su llanto y compartió su dolor; cuando fue feliz, siempre contó con su mirada risueña junto a ella, su abrazo tranquilo, su risa clara, su compañía emocionada...

La despedida fue dolorosa, demasiado... Una rosa, una vez más; un nuevo viaje hasta el aeropuerto a lomos de un camello rojo, esta vez con su amiga gallega acompañándoles; un abrazo emocionado que dijo mucho más que las palabras; una última mirada, ella tras el control de pasaportes y él desde el pasillo de aquella terminal en obras; una puerta que se cierra y una lágrima que abre el camino a muchas más. Y sobre todos los demás sentimientos, la certeza de que esta vez no puede enarbolar argumentos sobre la injusticia de la vida o sobre su mala suerte; la aceptación de que esta vez ha sido ella quien ha decidido no ser feliz, quien ha dejado pasar a alguien con quien tal vez..., con quien, al menos, habría merecido la pena concederse una oportunidad, otra oportunidad.

Más tarde vino la emoción de un nuevo destino, la búsqueda de un nuevo piso, las decisiones sobre dónde, sobre cúando, sobre cómo... Ella se sumergió en las prisas, en los preparativos, en el papeleo, pero él siguió ahí, con ella, siempre.

Cerca desde la distancia, desde unos meses duros a nivel profesional enfrentándose a la escritura de su proyecto fin de carrera y al día a día en su trabajo, nada fácil como ambos sabían; a la vez que a nivel personal se sentía completamente solo, hundido, extrañándola cada segundo, perdiéndola por cada rincón de esa casa que había sido tan suya y que ahora le resultaba tan vacía, tan fría.

Ella intentó no dejarle solo, se lo debía y no sólo eso, salía de ella llamarle, escribirle, intentar darle ánimos desde la distancia como tantas veces había hecho él por ella.

Parecía que no iba a llegar nunca el día en que estuviera todo escrito, en que por fin tuviera una fecha para la lectura, siempre surgían problemas, cuando no debidos al caracter imposible del jefe, provocados por algún otro motivo: la desgana de él, la falta de motivación para cualquier cosa, incluido el sentarse delante del ordenador durante horas para terminar algo que siempre quiso pero que en ese momento parecía inútil, algo que en esos instantes no le producía ningúna ilusión. No era capaz de levantarse de esa silla desde la que contemplaba aquella ciudad gris, fría, solitaria.

Finalmente una tarde, mientras charlaban como tantas otras veces, él le envió un documento; era el borrador definitivo del proyecto, y al leer el último párrafo de los agradecimientos, ése que iba dedicado a ella, esas líneas en las que le decía tanto con tan pocas palabras, ella se emocionó y sintió que todo aquello en pequeña medida era también algo suyo.

Por fin se fijó una fecha para la defensa, el destino quiso que ella ese día se encontrara lejos, en su nueva ciudad, a punto de comenzar su nuevo trabajo, pero no quiso dejar que hubiera más distancia entre ellos que la inevitable, y aquel día ella le envió unas flores, rosas azules, que para ella significaban tantas cosas... Estuvo segura de que él pensó en ella un segundo delante del tribunal, de que en cierta forma estuvo allí, con él, dándole ánimos en ese último momento.

Después fue él quien encontró un nuevo tabajo, una nueva ciudad, un nuevo comienzo... El que siempre deseó, del que siempre le habló desde que se conocieron casi un año antes, aquel por el que tantas veces ella vió cómo se iluminaba su mirada cuando recordaba los meses que pasó allí años antes, mucho antes de que aquel lugar se hiciera tan famoso al arrancar por primera vez el gran acelerador de partículas aquel último verano.

Aún así ella no leía aquella emoción en su pantalla cuando charlaban hasta bien entrada la madrugada, no oía vibrar su voz cuando por teléfono durante horas se contaban cómo les iban las cosas, y no podía evitar sentir una profunda pena, al notar en él lo que ella conocía tan bien, la falta de ganas de vivir, la ausencia de ilusiones, el dejarse llevar por la vida sin disfrutar cada segundo, sin exprimirla al máximo.

Desde su pequeño estudio tan cerca de aquel lugar que para ella fue tan especial aquella noche de enero unos años atrás, desde la ciudad del amor, ella se encontraba demasiado sola, no podía hablarlo con nadie, a todos les había dicho que era su portunidad, que era lo que siempre deseó, que esta vez sí que había encontrado su sitio, su lugar... Pero no pensó que sería tan solitario, que los días pasarían tan lentamente, que a pesar de ser feliz en su trabajo, de contar con una oportunidad única para poder volver más tarde a su país en unas condiciones realmente interesantes a nivel profesional; se dormía cada noche llorando sola en su cama, en su piso, en aquella ciudad de la luz, tan oscura, tan fría...

Y de nuevo se sintió apoyada por él, con más espacio entre las llamadas y las charlas, eso sí, con más momentos de ahora no puedo hablar, ya te llamo luego... pero siempre brindándole esa mano que conseguía mantenerla a flote.

Finalmente él se trasladó, cerró definitivamente la puerta de aquella casa, después de recorrer cada habitación recordando los buenos momentos y los no tan buenos que había vivido allí con ella, cerrando tras de sí una etapa de su vida que sabía que no podría y no quería olvidar, pero que en aquel momento estaba seguro de que había terminado para siempre.


"Djed"

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Para mi bardo cansado...



No entierres tu lira,
No puedes hacerlo,
No debes hacerlo,
No te cortes una parte vital de tí mismo,
No nos prives de tí,
No nos dejes a oscuras por este duro camino....

No nos dejes huérfanos de imaginación,
Conocerte fue empezar a amar de nuevo la vida,
Compartir recuerdos contigo supuso comenzar a aceptarlos,
Ver la fuerza con la que vives animó mi vida,
La paz de tus ojos serenó mi alma herida....

No nos arranques los mil sentimientos que tus versos provocan,
Contigo reencontré los míos,
Con ellos solté mi tabla, y a ellos me aferré,
No me dejes ahora sin tu apoyo,
No me cortes de cuajo las alas,
No te lleves contigo mi brújula...

No te vayas,
No te alejes,
No pongas más distancia que la inevitable,
No permitas que la vida nos mueva a su antojo,
Rememos, mi poeta, rememos juntos por el mar,
No nos dejemos hundir,
No nos dejemos ahogar por los sinsabores de la vida....

No dejes de imaginar a Diandra
Porque Diandra existe;
Diandra es tuya como tú eres suyo;
Ella te acompaña siempre, cambiando contigo,
Ella te levanta cuando caes,
Ella está en el siguiente recodo del camino, esperándote,
Ella te imagina a diario, cada noche al cerrar los ojos en su cama,
Ella camina algo cansada también de las historias fallidas,
De los amores acabados y de los apenas comenzados....

Sí, es doloros imaginar que se siente...
Y más sentir que se imagina

Pero es más triste vivir sin sentir,
Es más doloroso el vacío y la nada
Recuerda que dijimos siempre....
Yo no quiero una vida mediocre,
Prefiero sentir, aunque eso implique sufrir,
Porque sentir es vivir,
Porque sólo el que ama puede sufrir,
Pero el que no sufre no vive....


Te quiero.... Siempre....
Manu

viernes, 7 de noviembre de 2008

PUERTAS Y VENTANAS

Estas líneas son tan sólo una parte de un relato más extenso que aún está por terminar; sin embargo, creo que hoy debo dejar que expresen cuanto dicen, ya que hoy es el día en el que, al fin, se ha abierto esa ventana. Quiero dedicárselas a alguien que ya no está conmigo, pero que sigue aquí, no sé de qué forma, pero a mi lado.

Hasta siempre PapaDiego...




"Un buen amigo me dijo una vez que “cuando una puerta se cierra siempre se abre una ventana”, al fin he comprendido que si bien es cierto que las ventanas son menos accesibles, más difíciles de alcanzar y normalmente más estrechas; son siempre más transparente, menos rígidas. Ahora sé que abrir la más pequeña de ellas es mucho más enriquecedor que traspasar la puerta más amplia. A principios de este verano, tras un tiempo de dudas, de total desmotivación a nivel profesional debido a no haber sido valorada para mi puesto en ningún momento durante el tiempo que pasé en él, y después de la última falta de respeto por parte de quien debió ser la persona que me formara en un nuevo campo y al mismo tiempo a la que yo pudiera aportar mi experiencia y formación previa, decidí cerrar esa puerta. Por primera vez en mi vida, fuí yo quien decidió el siguiente paso, sabiendo que no sería sencillo, que probablemente no era la opción más políticamente correcta, y sin embargo, convencida plenamente de que era la que debía tomar en ese momento. Tras esa decisión recuperé gran parte de mi autoestima a nivel profesional, y decidí emprender un nuevo camino, duro y difícil, lleno de sacrificios y de ausencias, pero que finalmente me llevaría a alcanzar un objetivo por el que llevo luchando catorce años ya. Lo que no podía saber es que había otra puerta cerrándose al mismo tiempo, mucho más importante y para la que era necesario que yo estuviera junto a los míos. A los pocos días de renunciar a mi último trabajo, recibí una llamada de España, alguien a quien adoraba estaba viviendo sus últimos momentos. Mi decisión de marcharme de nuevo a casa no podía haber sido más acertada, y gracias a cerrar desde fuera mi anterior etapa, pude pasar con él los últimos meses de su vida. Esa fue la primera ventana que él me ayudó a abrir, aunque en ese momento no fui consciente de ello. Tras un tiempo durísimo de hospital, de noches en vela, de dolor, de ver sufrir y deteriorarse a alguien a quien amas tan profundamente, todo terminó un mes después de mi vuelta. En ese momento sentí que ya no tenía nada por delante, mi vida personal quebrada de nuevo por una ausencia y mi vida profesional detenida y sin ninguna espectativa a corto plazo. No había puertas, ninguna ventana, simplemente un continuo pasillo gris, de paredes frías y monótonas. Un mes después de aquellos momentos, encontré un destello, algo que no puedo explicar, hay quien habla de Dios, otros lo hacen de energías, de almas que vuelven a ayudar a sus seres queridos... Yo prefiero no analizar, hace tiempo que aprendí a no etiquetar las cosas, a no ponerles nombres que las encasillen, las limiten o las inmovilicen. Sólo sé que un mes después de perderle, encontré un nuevo camino, con bifurcaciones, con diferentes opciones ante mí y la posibilidad de ser yo quien eligiera qué dirección tomar en mi vida. Cuando supe sin dudar hacia dónde avanzar, cuando por primera vez en mucho tiempo mi corazón y mi cabeza indicaron la misma dirección, al levantar la vista con los ojos húmedos por su recuerdo; allí estaba, una pequeña ventana, a gran altura, estrecha y algo empañada, pero era mi ventana. Al conseguir alcanzarla, una mano me ayudó a abrirla, y una vez abierta, allí detrás no me esperaba algo jamás visto, nada espectacular, ni si quiera algo que para otros pudiera ser interesante... Sin embargo para mí fue la confirmación de que éste es mi camino, de que ésta es mi ventana, de que contamos con el apoyo de nuestros seres queridos, estén dónde estén... porque allí, tras esa pequeña ventana, estaba yo, esperándome para comenzar a vivir..."
(Djed).

martes, 4 de noviembre de 2008

MANHATTAN


"No fue su sueño, nunca se planteó ir allí, ella que se define a sí misma como “una persona de maleta fácil”, ella que viajaría a los confines del mundo por el mero placer de conocer nuevos lugares, nuevas gentes...

Ella que devora libros buscando historias que le hagan vivir nuevas experiencias en cada página, que hagan su vida diferente cada día, que se siente protagonista de la más fantástica de todas las películas de cine, de su propia vida. Ella que siempre vió aquella ciudad como una gran película, como un enorme escenario, aún así, nunca pensó en ir allí.

Ese viaje fue como muchos otros, una idea de él, pero al mismo tiempo, fue un viaje único, especial, diferente... Para él sí era su sueño, él siempre quiso ir allí, él que no había viajado apenas antes de conocerla, que nunca sintió esa pasión por conocer, por llenar su mirada de colores nuevos, su olfato de perfumes desconocidos, su espíritu de sabiduría lejana...

Una vez más ella renunció a sus preferencias, a sus sueños y a sus deseos, y antepuso los de él, y una vez más lo hizo encantada, feliz por ver esa mirada de ilusión en sus ojos, esa cara de niño pequeño al ver los regalos de la noche de Reyes.

Sin embargo, nunca pensó que todo sería de ese modo; no pudo imaginar, ni en sus peores pesadillas, ésas que habían vuelto desde hacía un par de meses a ocupar sus noches como años atrás, que aquel viaje sería el final de todo, o más concretamente, el principio del final de todo...

La ciudad de los rascacielos, de las mil razas, de la gente corriendo de un lado para otro,... Y en su corazón, en el centro mismo de aquella enorme criatura viva, despierta, La Gran Manzana, aquel sitio que tantas veces había visto en el cine, aquel lugar que a priori no le decía nada y que, sin embargo, la cautivó desde el primer instante, arrebatándole por completo la voluntad, haciendo de ella una parte más de sí misma, encajándola como una pequeña pieza más en su enorme puzzle.

No supo decir qué fue, ni ahora, más de dos años después, es capaz de identificar aquel sentimiento, mas sabe que volverá allí, y sabe que cuando lo haga no será de paso como aquella vez.

Recuerda cada instante vivido en sus calles, cada noche de luces en la ciudad y oscuridad en aquella habitación de hotel, cada excursión vivida a medias, cada lágrima derramada en la ducha mientras sentía cómo todo se rompía, cómo allí, en aquella ciudad a la que nunca quiso ir y ahora no querría dejar, terminaba lo que apenas estaba empezando.

En su interior sabe que todo estaba perdido antes de coger aquel avión en Madrid, no supo cuándo había empezado todo, pero sabe que fue mucho tiempo atrás, mucho antes de que naciera incluso la idea de aquel viaje.

Y sabe, porque lo supo allí, porque fue la misma ciudad quien se lo dijo en una de sus noches en blanco mirando a través de la ventana del undecimo piso, que cuando vuelva allí será todo diferente, será para comenzar de nuevo, y esta vez ése viaje sí será su viaje soñado, porque no puede ser en otro lugar, porque en el fondo está escrito en el guión de su vida, de la más fántastica de todas las películas de cine.

Puede que alguien se pregunte por qué allí, que hay de especial en esa enorme ciudad, lejos de sus raíces, de su gente, de todo lo que es ella misma. Y la respuesta es la más sencilla, porque allí, a pesar de sentir más vértigo que nunca antes, al asomarse al abismo de su futuro en soledad, ha sido en el lugar en el que se ha sentido más ella misma, más fuerte desde su fragilidad, más capaz de cualquier cosa desde el mayor de los desengaños.

Porque no puede ser otro sino en donde ocurrió el principio del final de todo, el lugar en el que termine el primer acto y comience a desarrolarse la parte central de la historia, y ella estará allí, esta vez no como espectadora, ni como lectora ávida, sino como protagonista absoluta de su propia vida, dirigida, realizada y vivida por ella misma y ya no más por los sueños o deseos de otra persona." (Djed)

domingo, 2 de noviembre de 2008

EL CHICO DEL BAR


"Hubo un tiempo en el que ella se sintió morir; no fue soledad, ese sentimiento la superaba con creces; no fue frío interior, era la certeza de no volver a recuperar el calor; no fue ansiedad, era la seguridad de nunca más hallar tranquilidad; no fue desesperación, era la conciencia plena y absoluta de haberlo perdido todo y para siempre.

En ese tiempo sus amigos se volcaron en ella, los que decidieron no deajarla sola, no abandonarla en su noche constante, no dejarla caer más abajo en su abismo sin fondo. Iban a su casa, al principio ella se negaba a verles, a escuchar sus consejos que únicamente le hacían ver la mediocridad de la vida, el gran absurdo de intentar consolar a alguien con frases que si fueran dichas en cualquier otro momento sonarían a tópico vanal incluso para los que las pronunciaban, y que en ese tiempo sólo parecían ser absurdas, vacías y sin sentido para aquella mujer que no quería levantarse de la cama nunca más.

Más tarde ella se levantó, no sabe ni aún hoy decir por qué, que la impulsó a destparse, mirarse al espejo y sentir una enorme necesidad de quitarse ese pijama, de darse una ducha, de peinarse y hasta de hablar con alguien, de volver a oír su voz.

Ellos estaban allí, su familia, con miradas desgarradas, con años encima caídos en tan sólo algunas semanas, con el dolor marcado a fuego por haber visto su sufrimiento y ser plenamente conscientes de no poder hacer nada, sentirse impotentes ante la persona a la que tanto amaban y que hasta ahora había renunciado a vivir.

Después todo fue poco a poco, como un niño dando sus primeros pasos, deseando ver el mundo, pero a la vez aterrorizado ante lo que puede descubrir. Un día se asomó a la ventana, al día siguiente se vistió con ropa de calle, y al tercer día salió hasta el final del paseo de su casa... Más tarde hasta la panadería, un poquito más allá... y así, lentamente dejó atrás esa cama, pero no el dolor, no la soledad, no el frío en los huesos y en el alma.

Sus amigos empezaron a llamarla para salir, pero ella no era capaz, el miedo atenazaba su alma, el dolor le impedía respirar... Una tarde decidió luchar contra ellos, empezar a superarlos, y se animó a bajar a tomar un café. Su cafetería, Osiris, hasta el nombe era tan suyo...

Esa cafetería a la que tantas veces había ido con él, esa mesa del rincón junto a la ventana desde la que tantas veces miraron la calle mientras tomaban un café con las manos enlazadas... Y allí esa tarde no estaba él, tampoco ella, no estaban los dos. Esa primera tarde no se fijó en el chico del jersey gris, ni la segunda, ni la tercera tarde tampoco.Ella iba allí a charlar con algún amigo, acababa siempre llorando, fumando un cigarro y llorando desconsoladamente.

El chico sí se fijó en ella, en su dolor. Se reconoció en sus hombros caídos, agotados de llevar esa carga; notó su mirada perdida, esquiva, pero intuyó la fuerza que una vez hubo en esos ojos; observó que ella siempre acariciaba un dedo de su mano, en un gesto de eterna busca de un anillo que ya no estaba allí, como supo desde el primer instante que a ella también le habían fallado, le habían arrebatado su mundo, su vida, de igual modo que le sucedió a él unos meses antes.

Ella no reparó en él, en realidad incluso hoy es incapaz de decir cuándo su mente le dijo que ese chico estaba allí siempre, con su mochila, su café con leche en vaso, su paquete de cigarros, su carpeta, sus folios y su bolígrafo, escribiendo, siempre escribiendo...

Emepzaron por mirarse a los ojos, fugazmente, tan sólo unos segundos... Ella se vió reflejada en esa mirada, en ese dolor; sintió que caía en ese vacío que se abría tras esas pupilas, supo que él también era un alma quebrada, un espíritu herido, una ilusión arrancada.

Una tarde cruzaron un saludo, un simple hola. Algún otro día un par de frases, “¿qué tal?, ¿estás por aquí?... El tiempo pasaba, pero no para ellos, los dos seguían luchando contra sus monstruos, contra ellos mismos, contra todo... Ella volvió al trabajo, volvío incluso a maquillarse de vez en cuando, y él vió el pequeño cambio y supo que para ella todo empezaba, que había vencido, que a pesar de quedarle mucho, mucho tiempo por delante, años tal vez, ella saldría de aquel bar, saldría de aquella situación y querría vivir de nuevo y viviría de nuevo. Él siguió escribiendo, cada tarde, en su mesa del rincón.

A ella le ofrecieron un trabajo en el extranjero, y huyó, dejó atrás su vida, a su gente, a su familia, esa cafetería y a sí misma, pero no pudo dejar atrás sus monstruos... fueron con ella, cada noche a solas en esa cama nueva, en esa ciudad nueva, pero con la misma soledad de siempre, con el mismo dolor intenso, y con la misma falta de aire que iba con ella siempre durante el último año...

Dejó de ver al chico del bar, no reparó en ello, del mismo modo que no había sido consciente de haberle visto casi a diario durante los últimos meses. Sin embargo él sí notó su ausencia, el hueco que ella dejaba en esa mesa, dejó de oler su perfume, de ver sus gafas oscuras escondiendo su mirada, no pudo seguir estudiando sus gestos, su forma de moverse, pero siguió escribiendo, cada día, en su mesa del rincón...

Ella volvió de vacaciones y una tarde bajó de nuevo a la cafetería. Le buscó y no le encontró en su mesa, ni a él, ni su jersey gris, ni su mochila, su café, ni sus folios ni su bolígrafo... Al subir a casa comentó en la cena que no le había visto, “¿recordáis al escritor de Osiris? Hoy no estaba allí.”

Fue su hermana la que le habló de él. Le dijo que les había preguntado por ella una tarde, que se acercó a la mesa y les preguntó por esa chica que siempre iba con ellas a tomar café. Así le conocieron, les dijo su nombre y les contó su historia.

A él también le habían fallado, le habían dejado sin ilusión, se habían llevado su futuro muy lejos, pero él no conseguía superarlo. Les contó cómo su pareja le cambió por alguien mucho más joven, diferente, demasiado diferente... Les dijo que con su pareja se fue todo lo mejor de él, cómo ahora ni él mismo se reconocía en ese chico de jersey gris, de tabaco y café, de tardes escribiendo a solas en un bar lleno de gente.

Y ella al oír su historia no pudo evitar llorar al sentir su dolor, al saber perfectamente cómo el frío se había instalado en él y lo difícil que era combatirlo.

Se encontraron una tarde más... Y esta vez ella le preguntó si podía compartir su mesa, si quería compañía durante unos minutos. Él la miró, inseguro, sin decir palabra, pero tapó su bolígrafo, recogió sus folios y le ofreció un cigarro. Así se conocieron, se contaron sus experiencias, compartieron su dolor... Ella vió en él que hay gente más frágil y tomar consciencia de ello le hizo sentirse más fuerte, le dió el empujón que necesitaba para luchar, para volver a ser ella misma.

Se sintió en deuda con él, se vieron muchas veces más, muchos cafés compartidos, cigarros, confidencias, tardes grises de lluvia... Ella volvía a marcharse pero antes quiso hacerle un regalo, un libro que alguien le había regalado a ella hacía un tiempo y que le hizo ver las cosas de modo diferente, menos duro, tal vez.

Le dedicó el libro, “El caballero de la brillante armadura”. Y cuando se lo dió vió la ilusión en sus ojos, vió un brillo de esperanza allí, al fondo, casi escondido por completo. Y con eso supo que había hecho lo que debía hacer.

Tiempo después ella volvió a casa, y también a su cafetería. Se volvieron a ver, ella estaba mucho mejor, él la vió guapa, mucho más segura, empezaba a brillar esa fuerza en su mirada que desde el primer momento en que al vió supo que estaba allí. Sin embargo él seguía como siempre, con su jersey gris, su paquete de tabaco, su cafe con leche en vaso, su mochila, sus folios y su bolígrafo, y escribiendo, siempre escribiendo...

Ella sabe que él no se recuperará, lo sabe y le duele, le duele como una herida propia, como una herida que empieza a cicatrizar pero que siempre dejará su marca... Continúan charlando, compartiendo cafés, confidencias, pero ella sigue su camino, con caídas, con esfuerzo, con equivocaciones ante algunos cruces... mientras él sigue allí, en su mesa del rincón, el chico del bar.... "

(Djed)