
EL FIN DE LA CORAZA...
(primera parte)
El principio de esta historia es la narración de una vida llena de miedos, de una existencia con temor a sí misma, de alguien que sentía pánico ante la posibilidad de volver a vivir ya que esto implicaría un sufrimiento seguro...
A medida que avanza el relato, se puede observar la evolución de su protagonista, el profundo cambio interior que experimenta, el paso de la oscuridad y el miedo a la ilusión, a las ganas de vivir y quizá lo más importante, a la confianza en alguien y en sí misma.
El final de la narración cuenta el principio de una nueva etapa, el comienzo de una vida pasada la treintena, pero con el espíritu de la primera vez, con los sentimientos de una joven de quince años y con la experiencia de alguien que, ahora sí, sabe lo que quiere y lo que tiene...
Esta es una historia de, por y para tres de los hombres más importantes de una vida:
El primero de ellos por estar desde siempre ahí y aún así por haberse ido demasiado pronto; por haber legado un conjunto de valores, de sentimientos y un concepto de familia que será siempre el motor principal de toda una vida aunque él ya no esté aquí o, mejor dicho, aunque ahora él esté aquí de otra forma. Alguien que sabiendo que no le quedaba demasiado tiempo, pudo decir serena y rotundamente que había tenido una vida plena y que no podía pedir más que lo que le había sido concedido con su mujer, hijos y nietos...
El segundo fue alguien que apareció en un momento tan inesperado como el lugar. Una coincidencia egipcia tatuada, un verso certero, un relato inacabado... Alguien que, desde su punto de vista, ofreció la perspectiva necesaria para abandonar los lamentos, la autocompasión y lanzarse de nuevo a la gran aventura de la vida, con todo lo que ella conlleva: alegría, dolor, ilusión, esperanza, soledad, tristeza, imaginación... Ese hombre que creyó ver en ella a Diandra, a su dama de los cristales, que rió con ella, que compartió sus besos fugaz pero intensamente, y que acabó convirtiéndose en amigo, en confidente, en alma gemela, en verso de su mismo poema a pesar de tener temporalmente su lira enterrada... Esa persona que fue su mar en calma, que es un gran amigo y compañero, y que será, sin duda y a pesar de los avatares a los que les someta su común amigo Destino, un capítulo que seguirá siendo escrito durante mucho tiempo.
Y el tercero, se convirtió en alguien único, alguien con quien no se borró el pasado sino que se aprendió a que no hiriese más. Esa persona con quien volvieron las ilusiones, las confidencias a media luz, los mil y un momentos y lugares vividos, y por qué no, tal vez los proyectos futuros... Ese hombre paciente, con un motor imparable en su vida, una fuerza de voluntad férrea y un corazón enorme capaz de guiarla, ese niño en un cuerpo de hombre... Alguien capaz de perdonar incluso lo que le provocó el dolor más grande, con valores claros, ideas firmes. Sensible hasta el extremo al tiempo que fuerte, aportando seguridad y locura en su justa medida siempre. Esa persona capaz de cruzarse Europa por una lágrima, de secuestrar peluches para obtener una sonrisa o de llamar de madrugada para acompañar una dura noche de hospital aún estando a más de mil kilómetros. Ese compañero de viaje, tú...
Todo había cambiado de nuevo, se encontraba ante una nueva ciudad, un nuevo trabajo, nuevas personas a su alrededor, nuevos retos, nuevos olores en las calles, nuevos colores en el cielo... Pero ella seguía siendo la misma, se sentía como esa chiquilla asustada ante todo y ante todos, que continuaba huyendo de su ciudad, de su gente, de sus recuerdos, y sobre todo de sí misma.
Esta vez era consciente de que la huída era absurda por imposible, por eterna, por vacía... Tal vez pudiera dejar atrás los lugares que fueron tan queridos y ahora eran tan dolorosos, quizá consiguiera poner distancia con los olores, colores y sabores de aquel barrio multirracial, único y tan querido; con esfuerzo podría no volver a mirar aquellas fotos de su felicidad perdida, a leer aquellas líneas que narraban tan dolorosa y fielmente los últimos años de su vida... Pero no podía dejar atrás su corazón, los recuerdos grabados en su mente, tantas y tantas experiencias vividas, al principio felices, compartidas, siempre con una sonrisa; y más tarde, duras, marcadas por las lágrimas y las madrugadas en soledad...
Supo en ese instante que nunca dejaría de recordar ciertas cosas, era la segunda vez que cambiaba de vida en menos de un año, la segunda vez que dejaba atrás una ciudad, un trabajo, unos amigos; pero ni así conseguía la serenidad que buscaba, ni de ese modo lograba dormir toda una noche seguida sin despertar sobresaltada por las pesadillas, por los recuerdos.... No era posible dejarse atrás a sí misma, tal y como era entonces, forjada por las experiencias vividas, por las personas que había conocido, por él que la hizo tan feliz para después herirla ten intensamente como nadie había hecho antes.
Esta vez, sin embargo, había algo diferente, algo nuevo, una sensación más de pérdida, de soledad, de ausencia que se unía a las anteriores. Esta vez era consciente de haber perdido a alguien más por el camino, de que le faltaba un pilar hasta entonces tan importante en su vida, que no había notado su presencia por familiar, por cotidiana, por cercana.
Un buen amigo le dijo una vez que “cuando una puerta se cierra siempre se abre una ventana”, al fin ella comprendió que si bien es cierto que las ventanas son menos accesibles, más difíciles de alcanzar y normalmente más estrechas; son siempre más transparente, menos rígidas. Entonces supo que abrir la más pequeña de ellas es mucho más enriquecedor que traspasar la puerta más amplia.
El verano había sido muy duro, no pudo seguir consintiendo más humillaciones, más faltas de respeto, más desprecios hacia su trabajo y hacia ella misma y finalmente decidió dejar su anterior trabajo y cerrar esa puerta.
Por primera vez en su vida, fue ella quien decidió el siguiente paso, sabiendo que no sería sencillo, que probablemente no era la opción más políticamente correcta, y sin embargo, convencida plenamente de que era la que debía tomar en ese momento.
Tras esa decisión recuperó gran parte de su autoestima a nivel profesional, y decidió emprender un nuevo camino, duro y difícil, lleno de sacrificios y de ausencias, pero que finalmente la llevaría a alcanzar un objetivo por el que llevo luchando catorce años ya y que había dejado en pausa unos años atrás al poner como prioridad absoluta su vida personal sobre la profesional por alguien que, entonces sí, merecía la pena.
Lo que no podía saber es que había otra puerta cerrándose al mismo tiempo, mucho más importante y para la que era necesario que estuviera junto a los suyos. A los pocos días de renunciar a su último trabajo, recibió una llamada de España, alguien a quien adoraba estaba viviendo sus últimos momentos.
Su decisión de marcharse de nuevo a casa no podía haber sido más acertada, y gracias a cerrar desde fuera su anterior etapa, pudo pasar con él los últimos meses de su vida. Esa fue la primera ventana que su abuelo le ayudó a abrir, aunque en ese momento no fuera consciente de ello.
Tras un tiempo durísimo de hospital, de noches en vela, de dolor, de ver sufrir y deteriorarse a alguien a quien amas tan profundamente, de enfrentarse con la muerte cara a cara para finalmente aceptar que ésa es una batalla siempre perdida, todo terminó un mes después de su vuelta.
En ese momento sintió una vez más que ya no tenía nada por delante, su vida personal quebrada de nuevo por una ausencia y su vida profesional detenida y sin ninguna expectativa a corto plazo. No había puertas, ninguna ventana, simplemente un continuo pasillo gris, de paredes frías y monótonas.
Entonces comenzó de nuevo a escribir, como siempre que atravesaba una etapa dolorosa en su vida, a plasmar en versos, en párrafos, los sentimientos tan difíciles, tan duros, que le era imposible expresar con palabras, que se atragantaban en su garganta antes de salir de sus labios.
“¿Has tenido alguna vez la sensación de caer y caer?
Como cuando estás dormido y de pronto te despiertas sobresaltado sintiendo que caes y caes desde una altura infinita y nunca llegas abajo...
Eso que sienten los bebés cuando se agarran con toda su fuerza a la chaqueta de su madre con sus pequeñas manitas...
Es como cuando tienes vértigo y consigues subir a ese sitio tan alto, y una vez allí el suelo se mueve bajo tus pies y sientes que desaparece aunque en realidad no te has movido de donde estabas...
Es esa sensación de no tener dónde agarrarte cuando te comunican que has perdido a alguien importante y todo tu mundo se tambalea y tú caes y caes hacia un agujero infinito...”
“No dejes que tu pasado te dicte como eres, pero deja que forme parte de cómo vas a ser. De pronto un día descubres que tal vez la vida no consista en buscar sino en dejarse encontrar.
Dejarse encontrar implica aceptar la vida, aceptar sus reglas... pero estar preparado para vivir, estar predispuesto a vivir... no estar inquieto porque no llega lo que deseas... sólo saber que cuando llegue lo sabrás...
Todos hemos tenido decepciones, todos hemos perdido a gente que creíamos importante de verdad, incluso a gente q realmente era importante...
Eso provoca dolor, recordar, pensar, duele; pero pensar no es malo, no es malo analizar las cosas, el por qué ocurren, tratar de verlo desde el punto de aprender de ello. No hay que dejar nada apartado en el fondo de uno mismo, tratando de ocultarlo, porque siempre acaba saliendo a la superficie y buscando su sitio... no creo q se deba arrinconar ningún sentimiento...”
Un mes después de aquellos momentos, encontró un destello, algo que no pudo explicar, hay quien habla de Dios, otros lo hacen de energías, de almas que vuelven a ayudar a sus seres queridos... Ella prefiere no analizar, hace tiempo que aprendió a no etiquetar las cosas, a no ponerles nombres que las encasillen, las limiten o las inmovilicen.
Sólo supo que un mes después de perderle, encontró un nuevo camino, con bifurcaciones, con diferentes opciones ante sí y la posibilidad de ser ella quien eligiera qué dirección tomar en su vida.
Cuando supo sin dudar hacia dónde avanzar, cuando por primera vez en mucho tiempo su corazón y su cabeza indicaron la misma dirección, al levantar la vista con los ojos húmedos por el recuerdo de aquel que durante tantos años había escrito sus sueños con cuentos para niños, -de ballenas que vuelan y encuentran en las nubes a niñas que con sus faldas se han impulsado hasta ellas desde sus columpios- y mas tarde con historias vividas, -algunas de un pequeño pueblo andaluz, otras de familias rotas por una guerra entre hermanos, a veces de nacimientos y muertes, otras de esfuerzos y recompensas, pero de familia siempre;- allí estaba, una pequeña ventana, a gran altura, estrecha y algo empañada, pero su ventana.
Al conseguir alcanzarla, una mano le ayudó a abrirla, y una vez abierta, allí detrás no le esperaba algo jamás visto, nada espectacular, ni si quiera algo que para otros pudiera ser interesante...
Sin embargo para ella fue la confirmación de que éste es su camino, de que ésta es su ventana, de que contamos con el apoyo de nuestros seres queridos, estén dónde estén... porque allí, tras esa pequeña ventana, estaba ella misma, esperándose para comenzar a vivir...
Durante este tiempo de dolor y de noches en vela, ella conoció a alguien realmente especial, un espíritu inquieto, una sensibilidad única, alguien con capacidad para plasmar con su pluma sentimientos tan afines a los suyos, que se sintió con el alma desnuda frente a él, y no quiso, no necesitó vestirla, ni ocultarle nada. Él, sin saberlo, empezó a resquebrajar su coraza, al compartir con él sus recuerdos ella comenzó a aceptarlos, a sonreir al ver el mar en calma de su mirada.
Con él compartió momentos importantes, estaba a su lado cuando realizó la entrevista teléfonica en inglés para su nuevo trabajo en Francia, juntos recorrieron el centro de su ciudad y no fue hasta que llegó a casa esa noche cuando ella comprobó que había paseado por esas calles sin miedo, sin buscar con la mirada cada segundo lo que no quería ver.
Él hizo que ella empezara a brillar de nuevo, como siempre le dijo, él le escribió las líneas más hermosas que ella recuerda, él consiguió que comenzara a dejar atrás algunos de sus miedos, que comenzara a tener nuevas ilusiones, que se esforzara para sacar lo mejor de ella misma en los relatos y poemas que compartieron. Ambos sabían que su historia sería breve, mas nunca dudaron que se tendrían siempre, tras una pantalla, tras unos versos, al otro lado del teléfono... Sin embargo, la despedida no fue menos dura por esperada, no fue menos dolorosa por anunciada desde el primer saludo.
A la vez, con la nueva oferta de trabajo, para irse lejos una vez más, más lejos esta vez, llegó el momento de desalojar definitivamente la que había su casa durante el último año, de recoger sus cosas y de decirle “hasta luego” a alguien con quien compartió tantos y tantos momentos en aquella casa y en aquella ciudad...
Entonces empezó aquella sensación de vacío, aquel sentimiento de pérdida irremediable, de haber perdido una oportunidad tal vez única, de sentir la importancia que esa persona tenía en su vida y de aceptar que hasta entonces nunca lo había sabido realmente.
Cuando salió de aquella casa con algunas maletas, pero con la posibilidad de volver si cuajaba un nuevo trabajo en aquella ciudad, no hubo que plantearse nada más, iba a volver, para quedarse o, al menos, para recoger el resto de sus cosas. En el fondo de su alma sabía que no quería volver a esa ciudad, que no soportaría coincidir con la mayor parte de las personas que se quedaban allí, que extrañaría infinitamente a algunas de ellas, a su gallega preferida, a ese niño vasco tan tierno a sus treinta años, a su compañero de piso y amigo...
Una noche de esas duras de hospital, a las cuatro de la mañana, con un cigarro en la terraza del hospital, con los pinos como única compañía además del dolor, se paró a pensar y comprendió lo que su corazón había sabido siempre pero ella se encargó de sepultar bajo su coraza, de aislar tras su armadura.
Él siempre estuvo allí, siempre su mirada, siempre sus palabras de apoyo, de consuelo, de emoción compartida... Cuando ella se sintió mal, él fue el hombro que escuchó su llanto y compartió su dolor; cuando fue feliz, siempre contó con su mirada risueña junto a ella, su abrazo tranquilo, su risa clara, su compañía emocionada...
La despedida fue dolorosa, demasiado... Una rosa, una vez más; un nuevo viaje hasta el aeropuerto a lomos de un camello rojo, esta vez con su amiga gallega acompañándoles; un abrazo emocionado que dijo mucho más que las palabras; una última mirada, ella tras el control de pasaportes y él desde el pasillo de aquella terminal en obras; una puerta que se cierra y una lágrima que abre el camino a muchas más. Y sobre todos los demás sentimientos, la certeza de que esta vez no puede enarbolar argumentos sobre la injusticia de la vida o sobre su mala suerte; la aceptación de que esta vez ha sido ella quien ha decidido no ser feliz, quien ha dejado pasar a alguien con quien tal vez..., con quien, al menos, habría merecido la pena concederse una oportunidad, otra oportunidad.
Más tarde vino la emoción de un nuevo destino, la búsqueda de un nuevo piso, las decisiones sobre dónde, sobre cúando, sobre cómo... Ella se sumergió en las prisas, en los preparativos, en el papeleo, pero él siguió ahí, con ella, siempre.
Cerca desde la distancia, desde unos meses duros a nivel profesional enfrentándose a la escritura de su proyecto fin de carrera y al día a día en su trabajo, nada fácil como ambos sabían; a la vez que a nivel personal se sentía completamente solo, hundido, extrañándola cada segundo, perdiéndola por cada rincón de esa casa que había sido tan suya y que ahora le resultaba tan vacía, tan fría.
Ella intentó no dejarle solo, se lo debía y no sólo eso, salía de ella llamarle, escribirle, intentar darle ánimos desde la distancia como tantas veces había hecho él por ella.
Parecía que no iba a llegar nunca el día en que estuviera todo escrito, en que por fin tuviera una fecha para la lectura, siempre surgían problemas, cuando no debidos al caracter imposible del jefe, provocados por algún otro motivo: la desgana de él, la falta de motivación para cualquier cosa, incluido el sentarse delante del ordenador durante horas para terminar algo que siempre quiso pero que en ese momento parecía inútil, algo que en esos instantes no le producía ningúna ilusión. No era capaz de levantarse de esa silla desde la que contemplaba aquella ciudad gris, fría, solitaria.
Finalmente una tarde, mientras charlaban como tantas otras veces, él le envió un documento; era el borrador definitivo del proyecto, y al leer el último párrafo de los agradecimientos, ése que iba dedicado a ella, esas líneas en las que le decía tanto con tan pocas palabras, ella se emocionó y sintió que todo aquello en pequeña medida era también algo suyo.
Por fin se fijó una fecha para la defensa, el destino quiso que ella ese día se encontrara lejos, en su nueva ciudad, a punto de comenzar su nuevo trabajo, pero no quiso dejar que hubiera más distancia entre ellos que la inevitable, y aquel día ella le envió unas flores, rosas azules, que para ella significaban tantas cosas... Estuvo segura de que él pensó en ella un segundo delante del tribunal, de que en cierta forma estuvo allí, con él, dándole ánimos en ese último momento.
Después fue él quien encontró un nuevo tabajo, una nueva ciudad, un nuevo comienzo... El que siempre deseó, del que siempre le habló desde que se conocieron casi un año antes, aquel por el que tantas veces ella vió cómo se iluminaba su mirada cuando recordaba los meses que pasó allí años antes, mucho antes de que aquel lugar se hiciera tan famoso al arrancar por primera vez el gran acelerador de partículas aquel último verano.
Aún así ella no leía aquella emoción en su pantalla cuando charlaban hasta bien entrada la madrugada, no oía vibrar su voz cuando por teléfono durante horas se contaban cómo les iban las cosas, y no podía evitar sentir una profunda pena, al notar en él lo que ella conocía tan bien, la falta de ganas de vivir, la ausencia de ilusiones, el dejarse llevar por la vida sin disfrutar cada segundo, sin exprimirla al máximo.
Desde su pequeño estudio tan cerca de aquel lugar que para ella fue tan especial aquella noche de enero unos años atrás, desde la ciudad del amor, ella se encontraba demasiado sola, no podía hablarlo con nadie, a todos les había dicho que era su portunidad, que era lo que siempre deseó, que esta vez sí que había encontrado su sitio, su lugar... Pero no pensó que sería tan solitario, que los días pasarían tan lentamente, que a pesar de ser feliz en su trabajo, de contar con una oportunidad única para poder volver más tarde a su país en unas condiciones realmente interesantes a nivel profesional; se dormía cada noche llorando sola en su cama, en su piso, en aquella ciudad de la luz, tan oscura, tan fría...
Y de nuevo se sintió apoyada por él, con más espacio entre las llamadas y las charlas, eso sí, con más momentos de ahora no puedo hablar, ya te llamo luego... pero siempre brindándole esa mano que conseguía mantenerla a flote.
Finalmente él se trasladó, cerró definitivamente la puerta de aquella casa, después de recorrer cada habitación recordando los buenos momentos y los no tan buenos que había vivido allí con ella, cerrando tras de sí una etapa de su vida que sabía que no podría y no quería olvidar, pero que en aquel momento estaba seguro de que había terminado para siempre.